Carta dirigida a René Char.
- Georges Bataille.
- 9 ene 2018
- 2 Min. de lectura
Amaría en este punto dejar toda reserva, dejar en mí hablar la pasión. Eso es difícil. Eso es resignarme a la impotencia de deseos demasiado grandes. Querría evitar, en la medida misma en que la pasión me hace hablar, recurrir a la expresión cansada de la razón. Sea lo que sea, por lo menos usted podrá sentir en primer lugar que eso me parece vano, incluso imposible. Eso es oscuro si digo que en la idea de hablar sagazmente de esas cosas, experimento un gran malestar. Pero me dirijo a usted, quien verá de golpe, a través de la pobreza de palabras sensatas, lo que no ase más que ilusoriamente mi razón.
Lo que soy, lo que son mis pareceres o el mundo en que somos[11], me parece honesto afirmar rigurosamente que no puedo saber nada de eso: apariencia impenetrable, pobre luz vacilante en una noche sin límites concebibles, que rodea todos los lados. Me mantengo, en mi impotencia asombrada, en una cuerda. No sé si amo la noche, eso se puede, pues la frágil belleza humana no me conmueve hasta el malestar, más que por saber insondable la noche en que ella viene, en que ella va. ¡Pero amo la figura lejana que los hombres han trazado y no cesan de dejar de ellos mismos en esas tinieblas! Me arrebata y le amo y eso me hace mal frecuentemente por amarle demasiado: aun en sus miserias, sus tonterías y sus crímenes, la humanidad sórdida y tierna, y siempre extraviada, me parece un desafío embriagador. No es Shakespeare, es ELLA, quien tuviera esos gritos para desgarrarse, no importa si sin fin ELLA traiciona lo que ella es, que la excede. ELLA es conmovedora en la simpleza, cuando la noche se hace más sucia, cuando el horror de la noche cambia los seres en un vasto desperdicio.
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